Las trincheras inglesas de la Primera Guerra Mundial. Viernes Foodie
Escrito por Trion el 16/11/2018
Ser Foodie incluye saber de historia. Y hay pasajes de la civilización, como la Gran Guerra, que son encumbrados por logros políticos y sociales, aunque el desarrollo del proceso que llevó a su resultado, que en este caso celebra un centenario, se explica en intersticios de la cotidianeidad de los héroes sin nombre, los soldados de las trincheras.
¿Alguna vez han pensado cómo vivían los soldados durante los cuatro años del primer conflicto armado del siglo XX? ¿Qué pensaban? ¿Cómo dormían? ¿Qué comían? Entre lo que podemos saber al respecto, este Viernes Foodie recuperaremos un poco de eso que, al detenernos un momento, puede ayudarnos a ver la historia desde otras perspectivas.
Al iniciar la guerra, en 1914, lo soldados ingleses al frente recibían diez onzas de carne y ocho onzas de vegetales al día, un lujo en comparación con lo que les darían en los siguientes años. Paquetes enviados por las familias de los soldados incluían chocolates, latas de sardinas, y galletas dulces, y fueron fuentes alternativas de nutrición. Lo que es cierto es que, en el día a día, las opciones de alimentos de los soldados estaban limitadas.
El tamaño del ejército británico y la eficiencia de la armada submarina alemana crecieron en conjunto, duplicando los resultados desfavorecedores en las raciones alimentarias de los soldados ingleses. Para 1916, la porción de carne se había reducido a seis onzas al día y, más adelante, se les daría carne una vez cada nueve días. La situación empeoraba y los Tommies, como se les llamaba a los británicos en el frente, empezaron a buscarse sustento por su lado. Hay reportes de la instalación de huertas de vegetales en las trincheras de reserva, ubicadas en la segunda línea de defensa y abastecimiento. También se sabe de hombres que salieron a cazar y pescar mientras no estaban en la línea frontal, tanto para pasar el tiempo como para complementar lo escaso de sus raciones.

La Real Armada Naval inglesa repartiendo raciones de papa en el buque HMS Concord. © IWM.
Es sabido que, durante la Primera Guerra Mundial, hubo un desabastecimiento general de harina. En el invierno de 1916, se optó por sustituirla con nabos deshidratados pulverizados, con la que se preparaba un pan nada apetecible, que incluso provocaba diarrea. Para ese momento, el alimento básico del soldado británico era sopa de chícharos con carne de caballo. Los encargados de las cocinas hacían lo que podían con lo que tenían al alcance, muchas veces haciendo uso de vegetales locales y, cuando no había otra opción, tomando hierbas, ortigas, raíces y hojas para robustecer las sopas y estofados.
Cada batallón tenía asignados dos recipientes industriales metálicos para preparar sus alimentos. El problema es que ahí se confeccionaban todos los alimentos por lo que, eventualmente, todo tenía el mismo sabor, aunque para entonces lo importante era comer, porque los soldados estaban en pie aún dormidos. Las condiciones de las trincheras eran tan desoladas que muchos de los soldados fallecieron por disentería y problemas gastrointestinales, y no por heridas de bala. Los cuerpos de los caídos se apilaban en las trincheras, entre ratas y heces y demás cosas que causarían más pesadillas que las peores leyendas urbanas.

Lata de sopa Maconochie. Alf van Beem vía Wikimedia Commons.
Una de las opciones más recurridas, y también más repudiadas, era la sopa enlatada Maconochie. Un caldo diluido, que incluía rodajas de nabo y zanahoria, tolerado por soldados en inanición, pero que todos odiaban. También se distribuían cubos OXO para preparar caldos instantáneos, y latas de carne en conserva de las marcas Liebig y Fray Bentos, que eran producidas en Uruguay.

Tapa de una lata OXO, una especie de cubitos para preparar caldo instantáneo. La leyenda recomienda siempre cerrar correctamente el recipiente. Imagen: Alf van Beem vía Wikimedia Commons.
Permitir que los alemanes tomaran ventaja de su lamentable situación alimentaria no sucedería. El ejército británico se presumía como un cuerpo satisfecho, bien alimentado, determinado, cuya moral era inquebrantable. De hecho, un anuncio oficial del ejército inglés aseguraba que los soldados recibían dos raciones de alimentos al día, lo que causó una indignación generalizada entre los militares, y el ejército recibió más de doscientas mil cartas de reclamo que solicitaban que la verdad, aun siendo desgarradora, fuera dada a conocer. A cien años, en Trión nos tomamos un momento para hacer lo propio.
Con información de Military History.
Verónica Mastachi