ART IS (NOT) IN THE BIN

Escrito por el 15/10/2018

Autora: Alma Cardoso.

Como concepto y como práctica, el arte se ha tornado indefinible, incomprensible, inasible. Los artistas lo quieren destruir, los no-artistas lo quieren implementar, y los capitalistas quieren lucrar con él. Dicen por ahí que el mayor triunfo del sistema económico en el que vivimos es haber convertido las cosas más etéreas y adoradas en productos comercializables: el arte sería estandarte de esa misiva. Prácticas que deberían ser críticas, sensibles y hacernos ver el mundo con otros ojos, son llevadas a las galerías de arte, a las ferias internacionales y a las casas de subastas para generar millones de dólares. En 2016, según reportes de TEFAF (The European Fair of Fine Arts) y The Art Price, el mercado del arte legal movió 45 mil millones de dólares, de los cuales, el 46 por ciento correspondió a arte moderno y contemporáneo, es decir, a todo lo producido desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Pinturas y esculturas forman parte de este universo de objetos artísticos comercializados, pero también estamos hablando de fotografías, videos, arte digital, instalaciones, arte objeto, y, para el caso que aquí nos ocupa, stenciles y grafitis.

Balloon Girl o There is Always Hope, grafiti de Bansky, versión Southbank. Imagen: Dominic Robinson (2004), vía Wikimedia Commons.

Banksy es un sujeto desubjetivado, es decir, su personalidad es desconocida porque así lo ha decidido Banksy, y sólo accedemos a su presencia a través de sus acciones y de los registros que ha generado en los muros de las calles, particularmente en Reino Unido. Su trabajo es anónimo, su arte es ilegal. No obstante, sus mensajes son a menudo poderosos: critica la guerra, al capitalismo, a la era del consumo, a la ingenuidad de los artistas, y muchas cosas más. A los turistas que van a Londres se les ofrece “la ruta Banksy”, que no es otra cosa que un paseo por la ciudad para identificar los grafitis que supuestamente ha dejado por ahí. Algunas veces, la ruta es decepcionante, pues muchos de los grafitis que hizo y que circulan en revistas, películas y libros, ya no pueden verse: ‘art dealers’ han pagado a los dueños de las casas la restauración de sus paredes, que implica cortar el muro grafiteado, resanarlo y dejarlo “limpio” nuevamente. Los trozos de muro pintados son vendidos en subastas y en galerías de arte por todo el mundo, con precios que oscilan entre los 500 mil y decenas de millones de dólares.

El grafiti titulado Balloon Girl se encuentra en el Waterloo Bridge, en South Bank, Londres, y fue realizado en 2002. Existen otras variaciones en diversas partes de la ciudad, una de las cuales fue cortada de la pared y vendida en 2015 por 500 mil libras esterlinas. La semana pasada, cuando Sotheby’s sacó a la venta la obra Girl with a Balloon −una versión en papel del grafiti−, era de esperarse que alguien estuviera interesado en adquirirla. Fue una coleccionista británica, asidua compradora de la casa subastadora, quien pagó más de un millón de dólares por ella.

Los motivos de Banksy para diseñar un dispositivo que dejara la obra mitad en el marco, y mitad en girones colgando por fuera son insondables. Es posible que haya sido una burla al mercado del arte, cosa nada nueva para los artistas contemporáneos, pues el arte auto-destructivo o efímero ya fue explorado tajantemente desde los años setenta, basta echar un ojo a los lienzos en llamas de Yves Michaud o al trabajo de Gustav Metzger. La casa Sotheby’s dijo −yo parafraseo− que ésta era la primera de la historia que se completaba ante los ojos del espectador en una subasta. Yo difiero rotundamente. El término francés ‘vernissage’, que se usa para definir la inauguración de una muestra de objetos artísticos, significaba originalmente “barnizar” puesto que, ante los ojos de los críticos y coleccionistas (ni siquiera el público general), los pintores de las academias daban la última mano de barniz a las obras, mostrando que estaban recién terminadas. De pronto, lo de Banksy se percibe mucho menos nuevo y mucho menos radical. Mientras tanto, la “nueva obra” −sosamente− llamada Love is in the bin, ha alcanzado nuevas cifras de especulación. Su compradora ha decidido conservarla (por el mismo precio en que adquirió la no-triturada), y Control Pest, la única certificadora oficial y autorizada de las obras de Banksy en todo el mundo, se ha puesto en contacto con ella para extenderle el certificado de autenticidad. ¿Vamos a seguir buscando el arte en los objetos, en las tiendas?

 


 

Alma Cardoso es curadora, investigadora y docente universitaria con especialidad en arte contemporáneo. Estudió la maestría en Estética y Teoría del Arte Contemporáneo en la Universidad Autónoma de Barcelona, la maestría en Estética y Arte en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y la licenciatura en Historia del Arte en el Centro de Cultura Casa Lamm en la Ciudad de México.

De 2007 a 2009 trabajó en la Coordinación de Exposiciones del Museo del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. De 2009 a 2010 fue asistente de dirección de la galería de arte contemporáneo Barcelona Art Galleries, apoyando en la coordinación de exposiciones y en la participación en diversas ferias de arte en la Unión Europea y Estados Unidos.

Actualmente contribuye en la coordinación editorial de la Colección La Fuente de la BUAP, dedicada a publicaciones en estética y arte, y escribe regularmente para la revista alemana de arte contemporáneo Entkünstung. Imparte cursos para las licenciaturas de Arte e Historia del Arte en la Universidad Iberoamericana Puebla, la Universidad de las Américas Puebla y UNARTE.

 

Portada: Justinc vía Wikimedia Common
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